24 de diciembre, 2020

Estoy en casa, luego del Covid, solo me faltó salir con moño del hospital. Soy un milagro navideño, o al menos así se siente llegar justo en Nochebuena a casa con mi hija y mi esposo.

Cargué a mi hija. Al principio no me quería, y la sensación de volverla a ver fue extraña. Sentí que habían pasado doce años y no doce días. La vi enorme, distinta, un poco más dura. Pero más hermosa que nunca. Poco a poco y con las horas comenzó a quererme de nuevo. Y la primera risa que le provoqué me hizo reconciliarme con el mundo entero. Ese mundo que ahora parece derrumbarse por un virus que nadie entiende por qué nació. Pienso en el hombre que se comió ese murciélago. Pienso en el karma que el pobre ha de cargar. Desempleo, hambre, muerte, soledad, familias separadas, enfermedad, dolor, incertidumbre, cansancio, crisis económicas… todo por el antojo de un murciélago. O al menos eso pensamos.

Hoy es Nochebuena. Y me ha roto el alma ver a los padres que no han podido comprar juguetes para sus hijos. Y saber que todas las personas de edad mayor estarán totalmente solas en una de sus quizá últimas navidades. Me parte la gente intubada y la que no encuentra lugar en hospital. Los médicos y enfermeros agotados. Las personas que este año se quedaron sin empleo. Y aquellos que han perdido a un ser amado. Me duele tanto el mundo que quiero pensar que todo esto es temporal y que probablemente hay alguna lección escondida que aún no hemos descifrado. Y que quizá, cuando logremos ponerle nombre, será como esos cuentos de hadas en donde con un beso de amor verdadero se rompe el hechizo.

¿Pero si más que un hechizo se trata de un destino inevitable de nuestra especie, que nos condena a replantear la manera de vivir y relacionarnos unos con otros? ¿Si es en realidad algo necesario? ¿O si esta crisis sanitaria resulta más bien un nuevo estilo de vida que llegó para quedarse? ¿Podremos emocionalmente salir adelante? ¿Adaptarnos como sociedad e individuos al encierro, a la distancia, al miedo?

No sé si vivamos lo suficiente para saberlo.

23 de diciembre, 2020

Parece ser que hoy salgo de aquí. Y que volveré a ver tu carita de cereza. La última vez que la vi fue hace doce días, cuando me veniste a dejar al hospital con tu papá.

Yo me arrastraba por la pared del exterior y en cuanto entré y vi una silla, me senté, fatigada. Tu papá puso la carriola a mi lado y me dijo «acaríciala», previendo que no te vería en muchos días (o quizá no te vería). Te toqué la manita, y me regresaste el gesto con una de tus mágicas sonrisas.

«Que la paciente vaya ingresando y usted haga el registro», escuchamos. Y yo sentí un oasis encima al pensar que por fin teníamos una cama de hospital. La noche anterior habíamos ido a cuatro (contigo en el coche, pues por el virus no teníamos con quién dejarte) y nos habían rechazado por falta de espacio. Sin embargo, esa tarde, me dijeron «adelante», y yo, a rastras, sentí el mayor alivio de mi vida. Con ayuda de tu padre, salió una enfermera por mí, se abrió la puerta de cristal y me viste partir. Y sé, mi cerecita hermosa, que esa fue la primera vez que te han roto el corazón en tu recién iniciada vida.

No dejaste de llorar. Tus gritos se escuchaban en todo el hospital, incluso en la zona restringida en la que me colocaron para valorarme. Yo no tenía teléfono para hablarle a tu papá ni manera de tranquilizarte. Asumí que tu padre y tú se fueron cuando volvió el silencio al lugar. Días después, cuando él y yo pudimos platicarlo, me dijo que de regreso a casa él te explicó que me iban a esperar y tenían que estar bien.

Y te portaste como las grandes. Seria, sí, pero dejaste a tu papá hacer todo el trabajo de papá soltero sin pío. Sé que le ayudaste a hacer el quehacer y que jugaron mucho. Pero también, por las videollamadas, sé que me ignorabas. Porque realmente te lastimé. Pero era eso, mi Emi, o estar a tu lado sin poder cargarte, jugar, amarte, perder toda la poca energía que me quedaba por la neumonía y extinguirme. Y eso sí que no iba a pasar. No podía pasar.

Mi niña hermosa, mi Ajonjolí. Si pudiera borrar una imagen de mi vida sería justo la de tu corazón roto. Tu desconcierto y miedo. Pero hoy saldré de este sitio de pie y sin oxígeno extra, fatigada como nunca, con ganas de enmendar tus heridas del alma que yo misma y sin querer ocasioné.

Te amo infinitamente y estoy muy orgullosa de quien eres.

Mamá.

22 de diciembre, 2020

La presión de estar

O la opresión de estar

La soledad de un órgano que todos ignoran mientras se lucha por salvar a otro

Al más vulnerable en el momento

Pero el otro se resiente y tiene angustia

¿Y qué si yo absorbo la mierda mientras el otro recibe toda la atención?

Eso piensa, quizá,

O eso pienso yo que me despierto a mitad de la noche con sospechas de mí misma

De si en algún momento no voy a traicionarme con alguna falla en el sistema

Y entonces todo debe volver a comenzar

Los sueros, las venas pinchadas, las máquinas, el mar en la nariz

O quizá ya nada volverá a comenzar y esta fue la tercera llamada de un coro griego

Que no se cansa de susurrarme al oído mis miedos

Por más que cante o ponga música o lea o hable

Quizá es la última llamada

Y tengo que atenderla con la gracia de un águila a punto de aterrizar en una casa nueva

19 de diciembre, 2020

Qué somos cuando existimos: órganos, fluidos, memorias

Y qué somos cuando nos vamos y si tenemos suerte podemos despedirnos de quienes amamos

Somos más que el miedo

Más que la angustia

Más que el capricho de ser uno solo

Porque yo hace días tomé una decisión

Que si fuera a morir, si ese fuera el destino actual de mi condición,

no quiero que sea con pánico

quiero luchar, luchar, estar boca abajo el tiempo que sea necesario para que este virus sepa que no es bien recibido

Quiero sonreír con la mirada y no perder la amabilidad con las pocas personas que veo

Personas vestidas de azul y forradas en látex médico

Que me recuerdan sin hacer nada que soy privilegiada de estar en una cama de hospital con máquina de oxigeno, comida tres veces al día y agua

No tengo nada

De eso te das cuenta cuando estás a punto de perderlo todo.

No tengo nada más que todo el amor que siento. Y quizá eso es suficiente para seguir.

Porque quiero seguir amando.

17 de diciembre, 2020

Ser gotas de humano

Qué es ser humano

Veo la humanidad al revés

Desde esta cama de hospital

Y ahora todo tiene sentido

Somos nada más que sueños

El amor es algo que se construye y deconstruye

Es una esponja suave que resiste el tiempo

Es una distancia que con la estructura correcta permanece sutil en la perspectiva

Extraño todo

Extraño el tiempo

El espacio en cama

Mi almohada

Dormir como yo quiera

No tener cables en todos lados

No estar conectada a aparatos

Pero también estoy agradecida por los aparatos

Por mantenerme con vida